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Del libro del mismo nombre, George Steiner (Ediciones Siruela, Madrid 2007)
Schelling. Über das Wesen der menschlichen Freiheit (1809) (Sobre la esencia de la libertad humana):
Dies ist die allem endlichen Leben anklebende
Traurigkeit, die aber nie zur Wirklichkeit kommt,
sondern nur zur ewigen Freude der Überwindung
dient. Daher der Schleier der Schwermut, der über
die ganze Natur ausgebreitet ist, die tiefe unzerstörliche
Melancholie alles Lebens.
Nur in der Persönlischkeit ist Leben; und alle
Persönlischkeit ruht auf einem dunkeln Grunde, der.
allerdings auch Grund der Erkenntnis Sein muss.
(Ésta es la tristeza que se adhiere a toda vida
mortal, una tristeza que, sin embargo, nunca llega
a la realidad, sino que sólo sirve a la perdurable
alegría de la superación. De ahí el velo de la pesa-
dumbre, el cual se extiende sobre la naturaleza
entera, de ahí la profunda e indestructible melan-
colía de toda vida.
Sólo en la personalidad está la vida; y toda per-
sonalidad se apoya en un fundamento oscuro,
que, no obstante, debe ser también el fundamen-
to del conocimiento.)
Schelling, entre otros, atribuye a la existencia
humana una tristeza fundamental, ineludible. Más concretamente, esta
tristeza proporciona el oscuro fundamento en el que se apoyan la
conciencia y el conocimiento. Lo que es más, este fundamente sombrío
debe ser la base de toda percepción, de todo proceso mental. El
pensamiento es estrictamente inseparable de una "profunda e
indestructible melancolía". La cosmología actual ofrece una analogía con
esta convicción de Schelling. Es la del "ruido de fondo", la de las
inaprensibles pero inexorables longitudes de onda cósmicas que son las
huellas del Big Bang, del nacimiento del Universo. En todo pensamiento,
según Schelling, esta radiación y "materia oscura" primigenia contiene
una tristeza, una pesadumbre (Schwermut) que es asimismo creativa. La
existencia humana, la vida del intelecto, significa una experiencia de
esta melancolía y la capacidad vital de sobreponerse a ella. Hemos sido
creados, por así decirlo, "entristecidos". En esta idea está,
indudablemente, el "ruido de fondo" de lo bíblico, de las relaciones
causales entre la adquisición ilícita del conocimiento, de la
discriminación analítica, y la expulsión de la especie humana de una
felicidad inocente. Un velo de tristeza (tristitia) se extiende sobre el
paso, por positivo que sea, del homo al homo sapiens. El pensamiento
lleva dentro de sí un legado de culpa.
Las notas que siguen constituyen un intento, totalmente provisional,
de comprender estas proposiciones; de aprehender cautamente algunas de
sus implicaciones. Son necesariamente insuficientes a causa de la
espiral por la cual toda tentativa de pensar en el pensamiento está a su
vez enredada en el proceso de pensamiento, en su autorreferencia. El
célebre "Pienso, luego existo" es, a fin de cuentas, una tautología
indefinida. Nadie puede quedarse fuera de ella.
En realidad (in Wirklichkeit) no sabemos qué es "el pensamiento", en
qué consiste "el pensar". Cuando tratamos de pensar en el pensamiento,
el objeto de nuestra indagación se ve interiorizado y diseminado en el
proceso. Es siempre algo inmediato y al mismo tiempo algo que está fuera
de nuestro alcance. Ni siquiera en la lógica o el delirio de los sueños
podemos situarnos en una perspectiva fuera del pensamiento, en un
arquimediano punto de apoyo desde el cual circunscribir o sopesar su
sustancia. Nada, ni las más profundas exploraciones de la epistemología o
de la neurofisiología, nos han llevado más allá de la identificación
del pensamiento con el ser, identificación que debemos a Parménides.
Este axioma sigue siendo a la vez la fuente y el límite de la filosofía
occidental.
Tenemos pruebas de que los procesos del pensamiento, de la creación
conceptual de imágenes, persisten incluso durante el sueño. Algunos
modos de pensamiento son totalmente resistentes a cualquier interrupción
del tipo que sea, como lo es la respiración. Podemos contener el
aliento durante breves espacios de tiempo. No está claro en modo alguno
que podamos estar sin pensamiento. Los hay que se han esforzado por
alcanzar ese estado. Algunos místicos, algunos adeptos a la meditación
se han propuesto como objetivo el vacío, un estado de conciencia
enteramente receptivo en tanto que vacío. Han aspirado a habitar la
nada. Pero esa nada es en sí misma un concepto imbuido de paradoja
filosófica y, cuando se alcanza por medio de la meditación dirigida y
ejercicios espirituales, como Loyola, emocionalmente pleno. San Juan de
la Cruz describe la suspensión del pensamiento mundano como rebosante de
la presencia de Dios. Una verdadera cesación del palpitar del
pensamiento, exactamente como la interrupción de nuestro palpitar
fisiológico, es la muerte. Durante un tiempo, el pelo y las uñas de una
persona siguen creciendo. Hasta donde podemos entender, no existe
ninguna prolongación del pensamiento, por breve que sea. De aquí la
sugerencia, en parte gnóstica, de que solamente Dios puede separarse de
su propio pensamiento en una pausa esencial para el acto de la creación.
Volviendo a Schelling y a la aseveración de que una necesaria
tristeza, un velo de melancolía, van unidos al proceso mismo del
pensamiento, a la percepción cognitiva: ¿podemos intentar aclarar
algunas de las razones para ello? ¿Tenemos derecho a preguntar por qué
no ha de ser alegría el pensamiento humano?
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